viernes, 7 de octubre de 2011

El escultor y su hermana (el fin del relato).


Ahora la hermana del escultor estira la mano y saca unos cantos rodados del agua y apunta a las ranas, quiere matarlas. La hermana del escultor se ensaña con los pequeños anfibios que escapan como relámpagos, y trata de perseguirlos, y tropieza, y se levanta de la tierra húmeda. La hermana del escultor mira sus rodillas ensangrentadas. Limpia con sus mugrientas manos sus rodillas teñidas de sangre y sigue andando porque la hermana del escultor, de nombre Diana, sabe que no debe pararse nunca. Lo leyó en alguna parte. Aunque no lo recuerda claramente. Baraja dos posibilidades; en la novela de David Herbert Lawrence: el amante de Lady Chatterley, o en: Lúcia Mc Cartney, de Rubén Fonseca.  Pero ahora es domingo y la hermana del escultor le pregunta a su hijo mayor la lección para el examen de mañana, y el hijo de la hermana del escultor no sabe nada, lo ha olvidado todo, ha olvidado dónde se colocan las unidades, las decenas o las centenas, y no recuerda qué altura tiene la montaña de Machu Picchu, ni dónde está la cordillera de los Andes, ni siquiera sabe contestar a la siguiente pregunta: ¿qué pueblo construyó hace más de 500 años, una gran ciudad-fortaleza?, y Diana, la hermana del escultor se enfada y pega un puñetazo en la mesa de la cocina, donde cada domingo le toma las lecciones a su hijo mayor. Y se desespera, y le dice a su hijo que como siga así, como siga sin dar golpe, sin atender en clase, lo va a mandar a vivir con su tío, el escultor. Y el hijo le pregunta que quién es ése, y su madre, la hermana del escultor, le dice que es una especie de anacoreta. Y le cuenta que su hermano corta pequeños trocitos de madera que utiliza para construir casas a modo de maquetas. Y el niño dice que él también quiere ser anacoreta y pintar pequeños trocitos de madera, y la madre aprueba la decisión, considera que es acertada.
Entonces, la hermana del escultor se sienta con la espalda bien recta en el borde de la silla, se calza las zapatillas de andar por casa y piensa que la naturaleza no obra milagros.
  

3 comentarios:

Laura dijo...

Eso, eso, que lo mande con su tío, y nos sigues contando la historia: "El reencuentro de el escultor y su hermana" xD

Saludos, Roxanna.

Laura

Esilleviana dijo...

Buscando en la red, he encontrado tu poema Regalo con sorpresa exterior y me ha sorprendido :))

solo quería dejarte un comentario para hacerte llegar que los poemas que te he leído me han resultado muy creativos y espontáneos.

un saludo

Roxana Popelka dijo...

qué bien. Me alegro, gracias.