viernes, 16 de marzo de 2012

DANIEL Y LAS CONCENTRACIONES MODS


   Daniel, el nuevo de filosofía, llega con un jersey de lana azul; parece un suéter tejido con cariño. En el metro mantiene el equilibrio sin sujetarse al agarrador a la vez que hojea un periódico gratuito que reparten al entrar. Suele empezar a leer  por el final, eso le proporciona tranquilidad. Al bajar del vagón deja la prensa en un banco y guarda cola, como los demás, para subir por la escalera mecánica. Podría optar por la escalera fija pero con toda probabilidad piensa que a esa hora de la mañana el ejercicio no es sano. Adormilado, se coloca detrás de una adolescente uniformada con una minifalda de cuadros que le dice a su amiga: hoy tampoco llegamos. Daniel es de Pedraza, Segovia. Lleva tres meses en el instituto. Antes trabajó en Toledo, Ávila y Valladolid. Quería acercarse a Madrid, por su novia, que le reprochaba la distancia y los gastos del autobús y que en primavera, sobre el 20 de abril, se encerrara a preparar las oposiciones para ser fijo. Eso le molestaba y que no pudiera ir al  Euro ye-yé, o al Purple Weekend a escuchar a tantas bandas tocar: The Teenagers, The Attacks, ni tampoco a los mercadillos y así poder comprar vestidos baby-dolls en un intento desmedido por acumular el ajuar propio de las concentraciones mods. Fiestas, las de Gijón o León, con mucho ritmo y alcohol. Su novia deseaba que Daniel consiguiera de una vez una plaza en propiedad para pensar con tranquilidad en los gastos del temido alquiler. Replantearse el futuro y dejar de ser dos almas sin rumbo en la vida.
Pero ocurrió que dejó a Daniel por uno que conoció en el festival The Beat goes on. Desde entonces Daniel vive solo en Madrid, en un estudio cerca de la estación de metro Carabanchel. Es una casa de protección con un patio rectangular. En verano sus vecinos salen a jugar a las cartas o a la petanca, son todos viejos menos dos que son de Chequia. Vinieron a trabajar en la construcción, ahora con la crisis les da por pensar que mejor volvían a su ciudad. Buena parte de los habitantes de Madrid tienen sueños idénticos; aparecen en playas de arena fina lejos de la ciudad, donde no hay volumen, ni decibelios. Tumbados, esperan a la misma ola llegar. Y mientras aguardan a que suceda el milagro, llenan los balcones a reventar de chismes inservibles que luego nunca utilizarán. A otros les da por el cerramiento; quieren aprovechar espacio para colocar el ordenador portátil del chaval. 
Daniel evita la cafetería del instituto. No busca mezclarse con el director del departamento ni agradar al jefe de estudios: es un interino con mucha dignidad. Los martes de 11.00 a 12.00 tiene permanencia en la biblioteca. Aprovecha el silencio sepulcral y busca en la estantería, letra f, una novela de Richard Ford El periodista deportivo. Va por la página 50; no usa separador, y del libro de Ford salta a Pecados sin cuento del mismo autor. Los martes está claro que toca monográfico de Richard Ford. Daniel está sentado con el abrigo puesto. En la biblioteca nunca encienden la calefacción. Lo justifican por la escasa afluencia de alumnos, dice la secretaria, así que no hace falta gastar en el radiador, por eso Daniel los martes, cuando tiene permanencia, lleva una placa eléctrica; la arrastra desde la sala de profesores. Va rodando con ella por el pasillo y el abrigo puesto; esa  parka verde en plan mod.
Es una historia extraña, probablemente no vuelvan a ver a Daniel. Lo mandarán a otro destino, otro instituto diferente donde tampoco habrá calefacción en la biblioteca, y Daniel arrastrará una placa hasta allí, los martes, o los miércoles. Con esa parka verde que le queda de maravilla. Escuchando a Los Elegantes en horas de permanencia y quien sabe si pensando en Quadrophenia:

Roxana Popelka
Fragmento de la novela: preparados, listos, ya. Próxima publicación.