sábado, 27 de diciembre de 2008

Un día cualquiera, por Roxana Popelka

UN DÍA CUALQUIERA (relato editado por entregas de próxima publicación).

A las cuatro en punto de un martes 10 de Octubre…

Acaba de llegar a la ciudad y está buscando un colegio mayor cerca de la Facultad. Mientras tanto Jessica vive en casa de su tía que no tiene ordenador. A las cuatro en punto de la tarde llegan sus amigas desde Ventas y su tía, acostumbrada a los chismes del barrio, espía desde la ventana del salón la conversación que mantienen las de Ventas sentadas en la parte de atrás del patio. Sus novios están en un local, al este de la ciudad. Ensayan unas cuantas versiones de un famoso grupo de rap, quieren traducirlas al castellano, así que llaman a Daniel que es casi bilingüe, aunque se hace un lío con la g, y quedan con el tal Dani esa misma tarde antes de que se vaya con su madre al Carrefour. Jessica tiene el novio más guapo de la pandilla que la saca a pasear en una moto de 15CV y 234c.c. Su tía no sabe nada del asunto, cree que va en metro como las demás. No sabe que recorre todo Madrid y juegan a carreras por Alcalá cuando no hay policías patrullando la ciudad. A veces, como hoy, Jessi agarra a su novio fuertemente de la cintura e imagina que es un actor famoso; Johnny Depp o Matt Damon, y que están de vacaciones por la costa en plena ola de calor. Llevan un bolso enorme comprado en las tiendas de la rambla, y extienden la toalla familiar al llegar a la playa. Mario, que así se llama en realidad, alquila en esa caseta pintada de colores una tabla de surf, y Jessica, que le da miedo el oleaje, se queda tendida en la arena soñando con películas y pruebas, con escenas subidas de tono donde es la protagonista indiscutible. Aparece en bikini salpicando a los demás, jugueteando con el agua en plan Anita Ekberg. No lo puede remediar y se le escapa un suspiro imposible de interpretar.


Mientras tanto, a las cuatro y media de la tarde de ese mismo día

La tía de Jessica termina de secar la loza de Sargadelos, deja comida y agua al abisinio rojo y se dispone a salir, hoy por tercera vez. Conecta la alarma -cuatro dígitos exactos- y cierra la puerta blindada con suavidad. Si por casualidad se equivoca al marcar la numeración salta rápidamente la alarma y llaman de la central preguntando por la contraseña. Ya le ocurrió más veces, por eso lleva apuntada la palabra Alaska en un papel, dentro del billetero de piel. Cruza la calle y mira de reojo el largo de la falda en el escaparate de una tienda de caramelos. No hace nada especial para ganarse la vida. Trabajó en una ONG dedicada a recolectar material escolar. Lo mandaban en Airbus a un país de América Latina que nunca llegaría a conocer. Primero estaba su marido, después la población analfabeta. Eso decía Antonio, y ella le hacía caso rellenando cada noche su vaso de Jack Daniels. Eran noches de sofá y tele con concursos y premios, noches sin nada que hacer. Se levantaba de madrugada; sisaba la calderilla de los pantalones de él que luego gastaba en máquinas tragaperras, o contactaba con tarotistas que le auguraban, una y otra vez, un futuro venturoso. Creía en el más allá y envidiaba a su hermana por haberse casado otra vez. Después de la muerte de Antonio conoció a Manuel, pero se lo dejó bien claro cuando le explicó que tenía mujer; nada iba a cambiar sólo se verían los martes hacia las seis. Ahora quiere renovar la casa para invitar a sus nuevas amigas. Las conoció en un hostal de las Rías Bajas, enseguida hicieron buenas migas. Se ven con frecuencia en un café de la calle Doctor Fourquet. Quedan siempre a la misma hora: a las cinco y diez.


A las seis en punto de la tarde

Yohana está sentada en la garita del número 18. Es rumana y trabaja de conserje en el edificio de la tía de Jessica. Suele empalmar dos turnos de ocho horas. La releva su prima Andrea, también rumana. Hablan con dificultad el español aunque saben deletrear revolución y margina,l y mandan a Bucarest 600 euros a fin de mes. Después del trabajo Yohana regresa a su habitación, se quita el uniforme azul oscuro, lo dobla cuidadosamente y lo guarda en una maleta color verde oliva que guarda encima del armario. Hoy no se ha maquillado, así que se lava los dientes y abre la cama plegable del piso de alquiler que comparte con su prima y otras más.
Tiene colgado en la pared de la habitación un mapa de Rumania donde aparecen itinerarios incomprensibles señalados con rotulador. Podía haber tenido marido e hijos, aunque prefirió huir de la miseria y probar suerte en España. Cuando libra los jueves sale con las demás rumanas; van al centro comercial a comer kebap. A veces también a bailar y se mezclan con gente de otra nacionalidad. El día en que llegó a Madrid caía una tormenta inusual en la capital. Había atascos kilométricos y madres desesperadas que agitaban la mano a taxis demorados. No llevaba impermeable y le preocupaba su pelo recién cortado; quería llegar presentable a la entrevista concertada. El trayecto en autobús lo hizo pensando en suculentos platos llenos de arroz y en cítricos del país. Ahora mira sus uñas esmaltadas con esmero y se muerde un padrastro del pulgar. Saca un espejo de mano y las pinzas de depilar e inclina la cabeza hacia delante; comienza a quitarse algunos pelillos sobrantes de las cejas. Justo en ese momento entran al portal los hermanos del segundo C, llegan gritando, como siempre, escapados de la baby sitter ecuatoriana que le dice a Yohana: al menos tu estás ahí tranquila yo tengo que aguantar a estos dos infiernos sin colegio. Yohana posa las pinzas de depilar y le cuenta que en su país, después de 1989, la gente emigró desde el pueblo a la ciudad, como es natural. La ecuatoriana sonríe; se le nota la dentadura gastada. Prefiere cambiar de tema y saca de la bolsa de plástico una falda estampada comprada en un chino por 8 euros; le pide opinión a Johana que se la prueba por encima del uniforme.
En ese preciso instante el cartero hace su reparto habitual en el número 18, coloca unos cuantos paquetes en la garita y le dice a Yohana: firma aquí, y señala con el dedo una casilla vacía. Se despide dejando el portal abierto que aprovecha el Fox Terrier de pelo corto para salir disparado hacia la calle, a su dueña, la del 4º con las ventanas de aluminio, no le ha dado tiempo a ponerle la correa en el ascensor y le grita, como si el chucho la fuera a entender: ¡Jack, Jack! ¿Qué fue lo que te dije al salir?

Un cuarto de hora más tarde

En el supermercado del barrio de la tía de Jessica una chica de 19 entra a trabajar como reponedora por primera vez. Lleva un pearcing discreto en la nariz. El encargado le pide que la acompañe al almacén, dice: quítate el piercing, son las normas de la empresa, y la deja sola con cientos de embalajes y palés. En la caja número 3 se forma una cola enorme, la señora del abrigo descolorido ha derramado aceite de girasol. La gente se aparta mientras la cajera intenta limpiar el pegote de la cinta con un trapo. Enseguida llega el encargado y frota con un producto estrella el aceite acumulado. Es un supermercado de calidad y los empleados tratan amablemente a los clientes; dicen buenos días qué va a ser, y por supuesto los nombran de usted. Los clientes no responden al saludo, dicen: ponme esto y lo otro. En la sección de charcutería se nota que hay buen rollo; los tenderos se gastan bromas y despachan con humor, menos Rosa que parece ida, nadie sabe muy bien por qué. La chica nueva sale del almacén con el piercing metido en el bolsillo del uniforme; coloca con esmero los productos de perfumería, al llegar a las espumas de afeitar se hace un lío de nombres y pregunta a la jefa de sección, que en ese preciso instante se está ajustando el tirante del sujetador y le dice: no te preocupes es normal al principio, y al acabar se aleja por el pasillo de los lácteos.
El novio de la chica de 19 años le hace una llamada al móvil, quiere saber cómo le va en su primer día de trabajo, pero ella lo tiene apagado; son las normas de la empresa. El novio dice: joder qué putada, mientras llena el depósito de su Vagon Kangoo. Antes de pasar por caja se queda mirando la portada del Interviu, le gustaría comprar una para variar, pero le da corte, no vaya a ser que la pille su novia. Tiene 27 años y una hija de un matrimonio anterior. Se casó con una mujer de Toulouse; aquello no funcionó. Discutían por cualquier cosa y ella llegaba de madrugada del bar donde trabajaba, eso no podía ser, ni los escotes que usaba. Conoció a la de 19 en los baños de un Burger King y ahora que ha empezado a trabajar se quieren casar. Están pensando en comprar un piso y dejar de una vez de vivir de alquiler.


A las siete cuarenta y cinco de la tarde

En el patio de la casa de la tía de Jessica dos chavales de 13 años se entretienen mientras esperan a Laura y a Sofi. Se pasan canciones por el bluetooth y exclaman: ¡qué guay, déjame escuchar! Suben el volumen al máximo y tararean una canción “Pienso todo está como debería haber sido pero no porque mi grupo resulte conocido, pregunto a dónde voy no sé…” Hablan de conciertos y de móviles, y de películas en otra dimensión. Uno de ellos lleva pantalón y sudadera negra; aunque hace calor va con la capucha puesta.
Es un día como otro cualquiera sólo que hoy están de puente.
Quedar, charlar, reír.
La madre de uno de ellos aprovecha que su hijo está en la calle para echar la siesta un rato. Se levanta mareada; toma un gelocatil. Ahora piensa en las notas del chaval; en el tres con cinco de lengua y en el 4 de mates. La tutora le ha comentado que si continúa así repetirá. La madre se siente impotente, y le echa la culpa al móvil o al centro comercial. Recuerda sus 13 años cuando no había tanto en qué gastar, y en lo bien que lo pasaba cuando bajaba al portal. Ahora son otros tiempos; tanta tele y tanta wii. Lleva puesto un albornoz amarillo de tela de toalla que le regaló su marido, como siempre lejos de aquí, viajando esta vez por Cuba, se supone que para invertir. Le gusta quedarse sola en casa y fisgar en los cajones de su hijo, a veces encuentra papeles que lee y vuelve a colocar. Son notas que se pasan en clase, notas misteriosas que encierran una realidad. Laura y Sofi llegan gritando: ¡vamos, vamos, no veis que llegamos tarde! Los dos chavales preguntan por qué tanta prisa y recuerdan que es el cumpleaños de Javi, que vive en el tercer bloque, así que guardan los móviles en el bolsillo del pantalón y se largan corriendo hasta la casa de Javi, que le dice adiós a su madre y pega un portazo. Baja las escaleras a toda velocidad, rozando con la yema de los dedos las manijas de las puertas. Se detiene unos minutos en el descansillo de la tercera planta y parte, con su cortaúñas de bolsillo, la rama de un manzano artificial. Si el vecino se entera probablemente lo denunciaría directamente al presidente de la comunidad, pero Javi ha tenido suerte; hoy no está.


A las doce de la noche

Un joven escultor, apenas conocido en el mundillo artístico, se quita el mono de trabajo después de una intensa jornada laboral. Cierra la puerta del taller y baja la persiana metálica con la ayuda de un gancho de hierro. Conduce una ranchera de segunda mano por la A-6 [o Carretera de A Coruña] en dirección a Madrid, y deja atrás su estudio en Galapagar, pequeña localidad de la Comunidad de Madrid, a 35 kilómetros de la capital. Fue en esta pequeña villa donde el rey Felipe II mandó construir una casa de descanso: “La casa veleta”, para pernoctar mientras se edificaba el conocido Monasterio del Escorial. El escultor no sabe nada de esa historia, ni falta que hace, sólo se interesa por lo actual. Suele visitar afamadas galerías de arte, especialmente los jueves, cuando hay inauguración y de paso sirven un vino español. Se codea con artistas de renombre que visten todos igual; llevan gafas de colores chillones para hacerse notar. Le gustaría dejar de ser un desconocido aunque reconoce que el salto a la fama lleva su tiempo. Últimamente le ha dado por presentarse a numerosas convocatorias de artes plásticas; necesita una subvención para preparar su próxima exposición. Ya ha rellenado el impreso de la prestigiosa Academia de España en Roma, y espera con ansiedad el fallo del jurado. Su novia, que vive en el edificio de la tía de Jessica, ignora su intención. Lo espera impaciente redactando un informe en un apartamento de alquiler de 30 m cuadrados (exactamente lo mismo que mide una jaula para perros de cualquier sociedad protectora de animales en una ciudad española de más de 10.000 habitantes). Realidad que ha llegado a convertirse en algo habitual en las grandes metrópolis del primer mundo: parejas jóvenes se independizan del núcleo familiar y pasan a compartir habitáculos diminutos (que decoran a gusto de las grandes multinacionales del mueble). La novia del joven escultor considera que se trata de una sangrante injusticia social. Hace sumas y restas que debe incluir en el informe final, y mientras da con el número exacto escribe unas cuantas frases en su cuaderno personal.

A la novia del joven escultor, que vive en el edificio de la tía de Jessica, NO le gusta:

Hablar por el telefonillo del portal
que suene el teléfono fijo y el móvil al mismo tiempo
oír conversaciones sobre cortinas para el salón
ni oír hablar acerca de neumáticos
ni de la ITV
y menos aún sobre latiguillos,
no aguanta las conversaciones sobre latiguillos

A la novia del joven escultor, que vive en el edificio de la tía de Jessica, LE gusta:


Buscar en la Wikipedia qué instrumentos cortantes usaban en el Paleolítico Superior
escuchar a un grupo de turistas japoneses acodados en la Plaza del Sol
que los niños permanezcan en la escuela hasta las siete de la tarde
ver a Colombo en Cielo sobre Berlín
manosear las copas de los sujetadores en las tiendas de los chinos
entrar a esas mismas tiendas y salir sin comprar nada, o comprar una braga
hortera por 2 euros y usarla los domingos cuando no tiene que ir a trabajar
escuchar a los músicos tocar en el metro, especialmente si son violinistas rusos.

Roxana Popelka




domingo, 7 de septiembre de 2008

Todo es mentira en las películas

Es el título de mi próxima novela. Editada por Baile del Sol.
Aquí aparece un extracto:
"Tengo varios mapas de carretera en la guantera del coche, junto a las cintas de música. Escucho a los Talking Heads mientras voy por la A-66 hacia León. P me espera en la cafetería del nuevo museo que han inaugurado en la ciudad. Voy por la autopista de montaña que comunica Asturias con la meseta. Tiene pendientes bastante pronunciadas, algunas del 13%, y varios túneles sin fin. Se hacen eternos. Algunos mal iluminados y con baches, como el Negrón, de casi cuatro kilómetros. Antes de entrar en él un cartel luminoso informa útilmente al conductor: EN CASO DE ATASCO PARE EL MOTOR. La autopista es de peaje. Ahora estoy en el toll precisamente, y busco monedas para pagar a la mujer. La mujer que trabaja en el peaje de la autopista debe de tener unos 25 años. Me saluda sonriendo y extiende su mano izquierda para alcanzar el importe. Tiene la radio encendida, puedo escucharla desde el interior de mi coche. Emiten un programa musical y oigo a Manu Chao. Demasiado comercial, todo se ha vuelto muy comercial, pienso, mientras le digo adiós a la mujer del peaje de la autopista del Huerna. También observo el paisaje montañoso con los picos nevados, y los pueblos de ahí abajo que veo alejarse mientras el velocímetro marca 100 km/h. Y las diminutas casas vistas desde arriba, como piezas del Monopoly. La señal de interrogación blanca sobre fondo azul (una de mis preferidas), me recuerda que puedo apagar las luces. Es una señal precisa. Es poesía visual en estado puro.
Conducir es algo inenarrable. No sólo supone un auténtico ejercicio de libertad, sino de placidez, es como escuchar permanentemente un mantra".

TORTUGAS ACUÁTICAS


Si el “Nuevo Realismo” está ganando adeptos en España, Tortugas acuáticas disecciona el entramado de la pretendida sociedad de bienestar en que vivimos, sus miserias latentes, sus mentiras y servidumbres, su automatización, sus consecuencias anímicas y sus secuelas.
Las historias de Roxana Popelka (Gijón, 1966) aparecen por primera vez en formato libro, -en la editorial Baile del Sol- si bien hasta ahora las habíamos podido leer en revistas y antologías poéticas como Lúnula, La verdadera historia de los hombres o Cuentistas.
Es esta una magnífica oportunidad de conocer en palabras de Vicente Muñoz Álvarez -escritor leonés con una dilatada trayectoria en el mundo de la literatura y de la edición- “a una voz femenina sorprendente y reveladora. Roxana Popelka se erige como una narradora de las más lúcidas e intensas de la actualidad: profunda, incisiva y salvaje al tiempo que nítida y tierna”.
En Tortugas acuáticas la autora analiza las relaciones de pareja, los problemas de comunicación, los fracasos sentimentales, el trabajo, los hijos, el paso del tiempo, la convivencia y los sueños rotos. Temas tratados con una prosa cortante y áspera, a veces irónica y otras tierna, siempre reflexiva, rica en matices y tonos. Tan corrosiva y desoladora como el propio tiempo en que vivimos.

TORTUGAS ACUÁTICAS
Roxana Popelka
Colección narrativa
Editorial Baile del Sol, 2006, Tenerife
http://www.bailedelsol.org/