sábado, 1 de septiembre de 2012

EN ESOS DÍAS DE VERANO



En esos días de verano, posiblemente expectantes del mes de agosto, cuando a tu padre le daban 15 días de vacaciones en la empresa pública y tu madre dejaba de vender tuppers, porque nadie necesita tuppers en agosto, era el momento elegido para disfrutar de unas merecidas semanas de descanso en un pueblo de León. 
Socorridos pueblos de la Provincia de León, prescritos por ilustres doctores titulados en medicina general para la niña con problemas respiratorios,
para el padre con urticaria,
para la madre con asma crónico.
Todos sueñan parecido en estas fechas: parajes despejados de alta montaña, ríos helados donde enfriar la gaseosa, villas inhóspitas que redoblan su población en agosto y esos mismos pueblos y sus plazas; céntricas plazas con 39 grados a la sombra a las 15.00 de la tarde. Y sus rebaños de ovejas merinas recorriendo los caminos, iniciando la trashumancia.
Pueblos de la Provincia de León: secos, amarillos.
Aldeas perdidas donde los vecinos andan por ahí desperdigados en alguna ciudad lejana,
al norte,
al este,
trabajando en la siderurgia, en el sector naval.
Pueblos apagados por una posguerra cruel 

-tan despoblados y necesitados de folklore-.

De camino al lugar, en los tramos sin curvas, tu hermano juega a contar coches del mismo color, o a hacer sumas y restas con los números de las matrículas. Tú, Mónica, prefieres concentrarte en los hombres, mujeres y niños que vas dejando atrás, en perros sin collar, en aquél grupo de cabras solitarias que atisbas una vez coronado el Puerto de Pajares.
El puerto que une Asturias con la Meseta.
Carretera construida aprovechando la llegada del ferrocarril.
Pajares, hoy diseñado para convertirse en una moderna estación de esquí, está considerado como uno de los puertos más peligrosos de la Península Ibérica. Los madrileños tiemblan cada vez que lo cruzan para descender a la costa cantábrica, también los leoneses, los vallisoletanos, los palentinos; todo el mundo, a excepción de los salmantinos, que prefieren ir a las Rías Bajas, evita el paso por el temido Puerto de Pajares.
Este libro que tengo en mis manos describe su accidentada orografía, en la primera página dice:

Con una altitud de 1.378 metros, es conocido por las nevadas que recibe en invierno, sus nieblas en las noches de verano, sus pendientes que llegan hasta el 17% oficialmente…

Y tú, Mónica, agarrada fuertemente a la manija de la puerta consideras la posibilidad de tener un accidente: que os despeñáis por un precipicio, que tu padre no tiene suficiente visibilidad a causa de la niebla, o que no ve aquél camión adelantando; se trata de una curva cerrada y no lo ve. Entonces cierras los ojos como si fueras a gritar: no es una pesadilla, es real. Siempre la misma historia cada vez que subes por el Puerto Pajares; coches sin fuerza agonizando, atascados en la cuneta. Un motor echando humo.       La familia entera saliendo del automóvil, cubriéndose a toda prisa con una manta de viaje de esas de mil colores tejidas a ganchillo, y la abuela, que no entiende nada, se persigna tiritando mientras esperan por la Guardia Civil. 
Tú, continúas aferrada a la manija, espeluznada tragas saliva, cuentas uno, dos, tres, cuentas hasta diez. Piensas en el más allá mientras tu padre sube el último repecho a 15 km por hora. Tus hermanos, ni se inmutan, como Juan sin miedo y Roberto, con esa voz grave, dice ¡qué va a pasar, tonta!

Faltan 34 kilómetros para llegar a Canseco.
En Radio Nacional un locutor habla sobre la erradicación de la tuberculosis. Tu padre cambia de frecuencia, suena música ligera,
el último hit.
Esta vez no tarareas.