Carmen, de 37 años, termina de
extenderse la crema hidratante por todo el cuerpo. Le gustaría parecer bella
como Jean Fonda, aunque sea una vulgar mujer de clase media con aspiraciones
truncadas. Ya en el internado anhelaba convertirse en miembro de la alta
burguesía. Pero la realidad le deparó un marido comercial dedicado los cinco
días de la semana a la venta de productos farmacéuticos: viajante por las Provincias
de Castilla y León, que conoce al dedillo, al igual que los clubes de alterne
que frecuentaba, ahora precintados por orden judicial. Aunque Carmen, su mujer,
de eso no sabe nada. Mejor, ya tiene demasiados problemas cotidianos con la
asistenta y con los niños de colegio concertado.
Hoy es un día normal para Carmen. Se levanta a
las ocho y media. Después de la ducha se aplica crema para pieles normales en
su baño azulejado en tonos pastel, adosado a la habitación matrimonial. Sus
hijos, de siete y cinco años, desayunan en la cocina. Se están tirando migas de
pan por debajo de la mesa y escupiendo cereales al chocolate. Los cereales caen
al suelo. Viene Consuelo y los recoge. La asistenta de Carmen se agacha sin
decir ni pío, y junta uno a uno los cereales que tiran los hijos maleducados de
colegio concertado, donde aprenden a rezar el Padrenuestro –de carrerilla-, que canturrean ante las monjas solitarias;
las mismas que cuelgan la ropa interior en el tendal, al anochecer, para que
nadie las vea. Y piden una ayuda económica una vez al mes en concepto de obras
de caridad para después adoctrinar a su antojo. Aunque Carmen y sus amigas se
sienten orgullosas de mandar a sus hijos al concertado con los uniformes bien
limpios y planchados por asistentas procedentes de Colombia o de Ecuador, que
llaman a sus hijos una vez a la semana desde locutorios que llevan el nombre de
Amazonas, o, Paraná, y guardan las fotografías de sus familiares en monederos
cuadrados forrados en piel de imitación. Se reúnen los domingos en parques y
jardines del extrarradio de la ciudad donde se citan con sus compatriotas para
hablar de las horas extras y de las puñeteras manías de las señoras bien para
las que trabajan, como frotar los calcetines a mano antes de meterlos en la
lavadora, o fregar el parquet con vinagre y limón, al menos dos veces a la
semana.
Pero Carmen, no nos engañemos, no es feliz,
percibe que su vida es una auténtica porquería, aunque disponga de una Visa Oro,
o de un Mazda MX – 5 Roadster
Coupe descapotable para ir a Mercadona. Siente un vacío existencial incapaz
de llenar ni siquiera con sus clases de pintura los martes por la tarde, y a
veces, como ahora, se deja llevar por un sueño inútil, por un sueño
inalcanzable: convertirse en una artista comparable a Frida Khalo. Y cuando sus
hijos están en el concertado y Consuelo tiene el día libre, Carmen hojea el
diario de la artista editado por el Círculo de Lectores y piensa en el
aparatoso accidente sufrido por Frida Khalo que le rompió el cuello, las
costillas, la columna vertebral y la pelvis, y comprende que el dolor es algo
que no se puede compartir.
1 comentario:
No sé si es el inicio de una novela
pero la verdad me quede con ganas de más.
Enhorabuena por los libros.
Un placer la visita
Saludos!!!
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